AZUCENA
Azucena, era más bella que la flor cuyo nombre ella llevaba.
Era más dulce, de lo que nadie pudiere imaginar; pues ni la miel, era
comparable a su dulzura. Ella, era más tierna que una nube de algodón… Sin
embargo, Azucena se veía tan vacía, que no paraba de soñar y soñar. Pues solo
quería escapar de aquel amargo sentir que tanto le enmudecían sus lindos ojos.
Desde la ventana de su habitación, divisaba diariamente
parejas agarradas de la mano. Como fuere a donde fuese, veía el amor por
doquier… Mas ella lo anhelaba, sin haberlo aún encontrado. Los años habían pasado para la joven azucena.
Y convencida se hallaba ya, de que no había hombre que la pudiera querer y
pudieran compartir sus vidas.
- ¿Por qué no soy como las demás? _ se preguntaba
asiduamente. ¡Ojalá algún día, pudiera encontrar a alguien a quien le pueda dar
mi corazón!
Azucena, un día salió a pasear y se encontró con una vieja
amiga. La cual, tiempo llevaba sin ver. Y de manera afectuosa, se recibieron
ante tal reencuentro. Daba la casualidad, de que la amiga de la joven, cumplía
años en unos días y había organizado una pequeña celebración. Así mismo, invitó
a la triste muchacha, pues no solo sentía estima por ella, sino que además le
había notado la pena reflejada en su mirar, pese a sus intentos de aparentar
felicidad.
Tras bastante tiempo, Azucena empezó a sentir ilusión por
algo. Ya tenía ciertas ganas de asistir a la fiesta de su amiga. Era algo
distinto y que bien ella necesitaba. La sonrisa empezaba a asomar y dar brillo
a su rostro, como el sol al amanecer. Posiblemente, algo cambiara aquel día.
Llegado el esperado momento, Azucena, sin demasiada idea de
cómo debía vestirse, procuró conjuntarse lo mejor posible. Y con la dicha por
bandera, se despidió de sus padres, asegurando que no regresaría tarde. Así,
muy dispuesta, ilusionada y con bastante nerviosismo, se dirigió hacia el lugar
donde su considerada amiga la había invitado.
Al ver tanta gente, no sabía cómo reaccionar. Sobre todo, al
no conocer prácticamente a nadie. Su amiga la recibió con gran alegría, pero en
seguida se fue con sus demás amigos. Azucena, tan cohibida, se arrinconó. De
pronto, un chico se acercó a ella con dos vasos en sus manos.
- ¡Toma esto es para ti! _ le dio una de esas bebidas.
- ¡No me gusta mucho el alcohol, lo siento! _ le contestó
Azucena.
- ¡Bueno, no pasa nada! En realidad, solo quería acercarme a
ti… ¡Y no sabía cómo hacerlo! _ le dijo aquel chico. _ ¡Por cierto, mi nombre
es Damián!
- ¡Yo me llamo Azucena! ¡Encantada de conocerte Damián! _ se
presentó.
-Llevaba un buen rato observándote. Y no podía parar de
preguntarme qué hacía una chica como tú tan sola.
-Es que no conozco a casi nadie. _ respondió ella.
-Pues ahora me conoces a mí y no te voy a dejar sola. _ le
sonrió.
¿Estaría soñando? Un chico de lo más encantador, había
mostrado interés en conocerla. Y ella, no podía creérselo. Y aunque a ella a
duras penas le salían las palabras, él siempre procuraba contarle cualquier
cosa y asegurarse de que ella estuviera bien. Las horas volaban como pétalos al
viento. Ya casi había que despedirse. Pero él, le pidió volverla a ver.
Azucena, con el corazón revolucionado y una actitud nerviosa, aceptó.
Algo había en claro, aquella noche, supuso un cambio en la
solitaria y vacía vida de Azucena. Creyó fruto de su destino, que solo unos
días antes, se reencontrara con aquella vieja amiga y la invitara a su
celebración de cumpleaños, donde conocería al más adorable chico, que jamás
hubiera imaginado. Ni tan siquiera, en aquellas historias de príncipes y princesas,
con las que la joven tanto fantaseaba. Solo pensaba en Damián y no podía dejar
de pensar en él. Incluso cuando ella dormía, tan encantador chico, aparecía en
sus sueños. Así podía verle, mientras llegara el momento de volver a estar
junto a él. ¿Se habría enamorado?
De entre todos los anhelos en el corazón de Azucena, había
uno que resaltaba sobre los demás. Y ese tan profundo anhelo era el amor. Era
lo que tanto sentía que necesitaba y envidiaba por quien lo hubiera encontrado.
Al faltarle el sentir tan bello sentimiento, es lo que la hacía sentirse tan
vacía. Pero Damián había conseguido ocupar ese vacío. Cada vez que quedaban, él
la sorprendía siempre con algún gesto, algún detalle… Hasta que le dio la más
grande sorpresa.
-Azucena, hay algo que me gustaría pedirte_ le dijo Damián_
Llevamos ya algunos meses siendo amigos y cada vez lo tengo más seguro. Tú eres
especial. Y me he dado cuenta, de que te necesito en mi vida. Así que querría
preguntarte, si te gustaría que dejásemos de ser amigos, para ser algo más.
-Yo…_ se quedó petrificada.
-Bueno, no tiene por qué ser ahora cuando me digas algo.
¡Piénsatelo!
- ¡Sí, me encantaría! No tengo que pensármelo. Yo también
siento que tú eres especial. Y desde que te conocí, solo pienso en ti.
- ¡Me acabas de hacer muy feliz, Azucena! _ exclamó.
La vida de la joven, no pudo tomar mejor rumbo. Ahora se
sentía tremendamente dichosa. Todo era perfecto. Y no pudo sentir esa tristeza
que tanto sintió tiempo atrás, durante aquellos siete años que Azucena y Damián
fueron novios, hasta que él le pidió matrimonio y ella, eufórica aceptó.
Azucena quería que el día de su boda fuera inolvidable.
Quería que el amor y la enorme felicidad de aquel grandioso evento, se notara
en todas partes. Y que todos hablaran de su boda en los días siguientes. Pensó
hasta en el más mínimo detalle. Para convertir su ceremonia, en lo que tanto
imaginó en los cuentos de hadas con los que fantaseaba en el pasado y donde a
su vez, tanto vivió.
Sin poder creérselo, con lágrimas de dicha en sus ojos,
llegó el momento de llegar hasta el altar. Iba radiante con su hermoso traje de
novia y su extraordinaria dulzura en su rostro, que tanto la caracterizaban,
pero potenciada por la armonía que ella poseía, invadida por mil sentires a
sabiendas que su corazón, ya tenía dueño.
Pasaron varios meses. Azucena, se esforzaba en ser la mejor
esposa. Damián, seguía siendo tan adulador como cuando eran novios. Hasta que…
¡empezó a cambiar!
Cada vez se percibía más enfriada la relación. Damián ya no
era el mismo. Solía llegar tarde a casa, ya no besaba a Azucena tal y como
frecuentaba y sus conversaciones se habían reducido considerablemente. Azucena,
empezaba a sentir pesadumbre por todo aquello. Y se preguntaba sobre qué le podría
pasar a ese buen hombre del que se enamoró.
Azucena, en cierta ocasión, empezó a preocuparse en gran
manera, porque ya era muy tarde y Damián no había aparecido. Le llamaba, pero
él no le cogía el teléfono. Se sentía angustiada. Y se vio obligada a cenar
sola. O por lo menos intentarlo, ya que había perdido el apetito, al no saber
nada de su marido y ver las horas que eran, sin que él hubiera aparecido.
Eran ya altas horas de la noche. Azucena, lo estaba
esperando en el sofá viendo la televisión. Damián, sin mostrar signos de
embriaguez, regresó a casa. Ella, le preguntó el porqué de su tardanza. Pero
él, solo le dijo que se reencontró con unos amigos y quedaron en un bar. Y no
le cogió el teléfono, debido a que lo tenía silenciado y no se percató de las
llamadas. Pero sabía que ella le entendería. Azucena no dijo nada. Pero tampoco
le creyó. Y eso, Damián pareció notárselo. Así que, con una extraña mirada
dirigida a ella, se sentó en la cocina dispuesto a cenar.
- Pero, ¿qué es esto? _ gritoneó Damián.
- ¿El qué cariño? _ preguntó la pobre Azucena.
- ¡Esta porquería! Vengo de estar todo el día fuera… ¿y no
eres ni para calentarme la cena?
- ¡Lo siento, Damián! _ se disculpaba_ En seguida te meto la
cena en el microondas.
- ¿Sabes qué? ¡No te molestes_ se levantó y tiró la cena a
la basura_ ¡Para esto me he casado!
La pobre Azucena, se dispuso a terminar de recoger y limpiar
la cocina. Sin poder evitar derramar alguna lágrima. Y es que, aquel hombre, no
se parecía en nada, a aquel chico que conoció aquella noche.
Cada vez, le exigía más. La había convertido en su esclava.
Y tenía que hacer todo cuanto él le pedía. Tomó la costumbre de regresar tarde
a casa y de jamás coger las llamadas de su esposa. Todo ello, contribuyó a que
la sonrisa de Azucena, despareciera para siempre. No creía que pudiera volver a
ser feliz. Su casa, se había convertido en su confinamiento. Damián la quería
tener controlada. Y que mejor manera, que prohibiéndole salir de casa. Solo
podía hacerlo, para hacer los recados. Y todo tenía que estar perfecto para él.
Una tarde, una vecina tocó el timbre de la casa de Azucena,
para pedirle algo que necesitaba. Azucena, muy amablemente, le dio lo que
necesitaba. Pero esta mujer, la notó rara.
- ¿Estás bien Azucena? _ le preguntó.
- ¿Sí, estoy bien! _ mintió. _ Solo tengo dolor de cabeza.
Ya me he tomado algo. A ver si se me pasa.
- ¡Pues que te mejores! _ se despidió la vecina.
No era la cabeza lo que en verdad le dolía, sino el corazón.
El cual se estaba fracturando en miles de pedazos. Sobre todo, más que por la
actitud tan frívola de Damián, por el hecho de que ella creía que él había
dejado de amarla. Aunque el tiempo, le hizo reestructurar esa cuestión, para
preguntarse si alguna vez la hubo amado o todo fue fingido.
Todo el mundo lo había notado. Azucena jamás salía de casa.
Y cuando lo hacía cada mañana para realizar los recados, se le notaba la
tristeza denotada en su rostro. Algo le pasaba a Azucena. El vecindario empezó
a rumorear sobre ella y trataban de dar con el motivo que la llevaba a esa
deprimente actitud. Con regularidad, algunas de estas vecinas iban a su casa
con la excusa de pedirle alguna cosa o para llevarle algún dulce casero para
que lo probara, y así con estos pretextos, poder indagar más sobre la verdad que
tenía tan apagada a la pobre mujer. Siempre la veían decaída, sin ánimo. Y ya
no se creían que fuera debido a ninguna dolencia. Así que atribuyeron toda la
culpa a Damián.
Cierto día, Damián regresaba a casa y se encontró a una de
sus vecinas. Él, muy amablemente la saludo. Sin embargo, ella le devolvió una
fría mirada y un seco saludo. Aquello resultó especialmente molesto para el
hombre. Y desató su enojo ante aquel menosprecio, nada más entrar a su casa.
- ¿Qué has ido contando de mí a esas arpías que tenemos por
vecinas? _ gritó.
- ¡No sé a qué te refieres, cariño! _ exclamó ella asustada.
- Como veo que no me tomas en serio, te daré otra
oportunidad. ¡¿Qué diantres has estado diciendo sobre mí? _ cerraba el puño y
mostraba furia.
- ¡De verdad! ¡Yo no he dicho nada a nadie! ¡Tienes que
creerme! _ suplicaba.
Damián no volvió a reiterar en su pregunta. Dirigió su
ardiente mirada al suelo y se dirigió hasta el dormitorio. Azucena, estaba
desorientada. No entendía nada de lo que había pasado. Y sin que aún se hubiera
repuesto de aquella extraña escena, Damián la llamó. Ella, con miedo atendió a
la llamada de su marido.
-Yo no le he dicho nada a nadie, Damián_ dijo dulcemente.
¡Yo te quiero!
- ¡Cierra la puerta! _ le ordenó.
Acto y seguido, le pidió que se acercara a él, el cual
estaba sentado en la cama. Y sobre ella, había varios pantalones que él había
cogido del armario. Todos ellos, llevaban puesto un cinturón.
-Escoge uno de esos pantalones.
- ¿Para qué? _ preguntó ella.
- ¡Te he dicho que elijas uno! _ exigió.
Azucena, temblando y angustiada, sin saber cómo reaccionar
ante tan extraña petición, señaló uno de esos pantalones al azar. Entonces le
ordenó que los cogiera y se los diera. Él se levantó del colchón, al mismo
tiempo que iba quitando el cinturón al pantalón escogido.
- ¡Túmbate! _ le exclamó.
- ¿Qué vas a hacer? _ sollozó Azucena, temiéndose lo peor.
- ¿Es que sufres sordera?
Azucena, envuelta en el peor de los miedos, accedió a
cumplir con lo que aquel irreconocible Damián le había pedido. Él le dijo que
se cubriera el rostro con el cojín que tenían sobre el edredón. Y con crueldad,
sin ningún ápice de sentimiento, empezó a golpearla con la dorada y rígida
hebilla de que cinturón, como si la vida se le fuera en ello. Azucena lloraba
como nunca antes lo había hecho y gritaba. Gritaba por el terrible dolor de
aquellas heridas que su monstruoso marido le estaba ocasionando. Él le decía
que callara. Pero ella, por más que lo intentaba, no podía soportar aquel
dolor. Él la agarró con brutalidad, y le amordazó su boca con un pedazo de
tela. Así, continuó maltratándola, hasta que sus brazos se hubieron cansado.
- ¡Escúchame bien! Pues no lo pienso repetir. Una sola
palabra de esto y te aseguro que la próxima vez será mucho peor. _ le advertía
Damián, mientras ella estaba moribunda por el dolor y su cuerpo lleno de
hematomas. _ ¡Ahora deja de llorar y hazme de comer!
Azucena lo intentaba, mas no lo conseguía. El dolor le
impedía moverse con agilidad. Y apenas podía ni ver, debido a las abundantes
lágrimas de sus ojos. Agarrándose a la pared, se desplazó de una habitación a
otra hasta llegar a la cocina. Damián, mientras ella cocinaba se fue a dar un
baño. Ella vio la ocasión para huir, pero no quiso hacerlo. Y en un angustioso
susurro dijo: “por qué ya no me amas”.
El corazón, no podía estar más herido. Era lo que más le
dolía y donde más abundaban las cicatrices. Ella recordaba al Damián del
pasado. El cual era tan dulce, tan atento, tan considerado. Y ahora era un
monstruo. Siempre buscó a su príncipe azul, pero solo halló a una bestia
disfrazada de tan caballerosa figura.
Le temía. Nada le aterraba más que él. No quería cometer ni
un error tan siquiera. Estaba dispuesta a doblegarse y cumplir cada una de sus
peticiones. Aunque bien desgarrada tenía su alma. Aún se preguntaba que había
hecho mal, aquella vez que le propinó tan salvaje paliza. Pero al igual que a
esa cuestión, se le añadían muchas otras, sobre la frialdad de su malvado
marido. Que por más que intentaba complacerle, no siempre lo conseguía.
Cierto día, Damián tiró al limpio suelo de la cocina, el
plato de guisado que Azucena le preparó, porque no le apetecía aquel plato. Así
mismo, la obligó a prepararle otro menú. Ella, como si de su esclava se
tratara, cumplía las peticiones de Damián. Y escenas tan humillantes como
aquella, se habían vuelto costumbre.
Azucena, ya no podía más. Ni siquiera abría ya la puerta a
nadie, por temor a que le notasen algo e hicieran preguntas. Ello no hizo más
que seguir levantando sospechas en el vecindario, de que algo pasaba. Pero
quería acabar con su angustia.
Azucena sabía que su marido tardaría en volver. Y debía de
ser muy veloz en la tarea de hacer sus maletas y marcharse de casa. Pero contra
todo pronóstico, él apareció mucho antes de lo normal. La pobre mujer, no podía
ocultar su plan. Era ya demasiado tarde. Él la miró con ira y le preguntó que a
donde iba. Ella, apoderada por el pánico, no pudo decir nada. Aquel monstruo,
agarró un jarrón que adornaba la mesa del comedor, y se lo lanzó fuertemente a
Azucena. Al estrellarse tal objeto contra su cabeza, ella calló desfallecida al
suelo. Sangraba. Pero aquello no frenó a Damián, que estando todavía su mujer
en el suelo, la pateaba en el vientre. No podía respirar. Sentía que se moría.
Pero su cruel marido, no se detenía. Estremecida, intentaba moverse, pero no
podía. Solo cesaron los golpes, cuando llamaron a la puerta. Los vecinos habían
oído romperse el jarrón y seguidamente una serie de más golpes y gritos y se
alertaron. Damián le dijo que no hiciera ningún ruido a Azucena. Para así,
poder abrir la puerta y echar a quien estuviera tras la puerta.
- ¡Hola vecina! _ abrió a puerta y fingió amabilidad_ ¿Qué
necesita?
- ¿Está todo bien? _ preguntó. _ Hemos escuchado gritos y
golpes.
- ¿Gritos y golpes? Pues no sé. Aquí no ha sido. _ mintió.
- Y Azucena, ¿Cómo está? Llevamos mucho tiempo sin verla. Y
ya nunca abre la puerta.
- Es que ya no suele estar en casa. Le dije que se fuese con
su madre cuando yo no estuviera, para que no tenga que estar sola.
- Y ahora, ¿está en casa? Me gustaría saludarla.
- Yo acabo de llegar y me encontré que ella no estaba. Es
que hoy he venido un poco antes de lo acostumbrado_ dijo Damián. _ Pero no se
preocupe. En cuanto vuelva, la saludo de su parte. Y muchas gracias por preocuparse.
La vecina, le contó al resto del vecindario lo que le dijo
Damián. ¿Si lo había creído? ¡No! Pero no podían hacer nada. Mientras tanto,
Damián se aseguraba de que Azucena había aprendido su lección. Tras aquella
violenta golpiza, ella quedó irreconocible. Y eso, no es lo que siempre había
soñado. Esas fantasías románticas, en las que tanto volaba siendo niña. Y que
creció con ellas. Creyó que su vacío desapareció, cuando apareció el mejor
chico que se pudo imaginar. Pero éste, tras muchos años y haberse casado con
él, cambió. El príncipe que se hizo bestia, o la bestia que fingió ser
príncipe. Sea como fuere, ella quería escapar. Pues si algo había llenado su
corazón, era dolor, era angustia, era desesperación. Quería quitarse la vida.
Pues ya no se atrevía a escapar de casa. Mas no tenía el valor. Pero tampoco se
veía capaz de pedir ayuda a nadie. Se sentía aprisionada.
Pero algo ocurrió. Una señal del destino apareció ante sus
ojos. Nada más encender el televisor, las noticias informaban sobre un nuevo
caso de violencia de género, que había acabado con la vida de una mujer más. Y
ella, se imaginó así misma, asesinada, como aquella víctima. Así que sin
pensarlo, se dirigió hacia la puerta, salió afuera y empezó a caminar. Todos la
miraban con extrañeza. Parecía una niña pequeña, que recién había aprendido a
andar. Tenía además marcas de golpes en su rostro y ello, hacía que todos se
centraran en ella. Aunque nadie hacía más que mirar. Hasta que un hombre, se
acercó a ella y le preguntó si estaba bien. Ella, le miró a los ojos, los
cuales estaban hinchados de tanto llanto. Él, por alguna razón, se compadeció
de ella y le puso su abrigo para protegerla del frío.
- ¿Huyes de algo? _ le preguntó.
- ¡Solo sigo buscando, algo que nunca llegué a encontrar! _
le respondió Azucena.
- ¡Quizás yo pueda ayudarte a encontrarlo!
- Buscaba el amor… Creía que ese príncipe azul me había
encontrado. Pero, solo era un disfraz.
- ¿Cómo te llamas? _ le preguntó él.
-Azucena
- Un nombre muy bonito. Pero tu belleza es aún mayor. _ la
halagó_ Has hecho bien en dejarle. Veo tristeza en tus ojos y no puedo
soportarlo. ¡Dime quién te hizo esto!
Ella se abrazó a él y rompió a llorar. El cual, tras saber
lo que Azucena le contó, fueron a poner la denuncia contra aquel vil que tanto
la maltrató. Él la dejó vivir en su casa y sentir sentirse refugiada. Allí
nadie le haría daño. Y como la flor que le daba nombre, él prometió, si ella le
dejaba hacerlo, regar cada día cada uno de sus delicados pétalos, en el más
bello amor. Y entonces ella, lo entendió todo. Pues ahora era cuando realmente
se sentía princesa. Cuando escapando de la bestia, un príncipe la rescató y la
llevó a su castillo. Cuando por fin encontró el auténtico amor y Azucena pudo
llenar ese hueco vacío, en su tan anhelado sentir, del que nadie la debió haber
jamás negado.
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