LA OTRA CARA DE
LA MONEDA
Corría el año
1974. Aquella ciudad no era demasiado grande, ni tampoco conocida. Aunque sus
gentes eran agradables. Pero había
alguien, que deseaba escapar de aquel lugar, fuese como fuese. Ella se llamaba
Alicia. Una joven torturada por sus propios pesares… y algo más.
Había quien
decía que no era bella, por soler llevar su pelo encrespado y portar aquellas
enormes gafas. Le propiciaban crueles insultos y nefastas burlas. Alicia
envidiaba a todo el mundo. Cualquiera, le parecía mejor que ella. Pero había
algo, que con más profundidad hería su corazón. Y es que quien más daño le
hacía, era un chico deseado por todas, incluso por ella misma. Se preguntaba,
como podía amar a alguien, cuya mayor diversión, era causarle dolor e incomodidad,
con su afilada y venenosa lengua. Pero, aun así, ella quería amarle.
Alicia, odiaba
la idea de tener que ir a clase. No tenía con quien estar. No tenía nada.
Durante todas esas horas, ella debía ser fuerte y soportar los múltiples
insultos, los empujones para tirarla al suelo, que tan costumbre se había
vuelto, tirarle del pelo y cosas así. Solo quería estar sola. Donde nadie viera
sus lágrimas. Considerando la soledad, su mejor compañera. Se preguntaba
reiteradamente, que había hecho para merecer aquello. ¿Por qué no podía ser
como las demás? Jamás se miraba al espejo, ni salía de casa. No quería verse,
ni que nadie la viera. Salvo aquellas horas de instituto, que tan insufribles
le resultaban.
Un día, todo
fue distinto a como asiduamente era. Nadie le hizo el más mínimo daño, en
cuanto puso su primer pie sobre el instituto. La miraban, pero ni le decían ni
hacían nada. De pronto, aquellos que más heridas le causaron, el grupo de los
más populares, se empezó a aproximar hacia Alicia. Ella sintió miedo. Hasta que
una vez aquel grupo se acercó a ella, éstos le pidieron perdón por todo lo que
le habían hecho. Ella no se lo podía creer. De repente, sintió algo extraño.
Algo que pocas veces había sentido, como era la felicidad.
De pronto,
aquel chico que ella no podía dejar de amar pese a su crueldad, se arrodilló
frente a la joven. Cambió sus insultos por halagos. Y le confesó, que se había
enamorado de ella. Y que estaba arrepentido de haber sido tan necio con ella.
Luis, que así se llamaba, empezó a actuar, tal como un soñado príncipe. Y todo
aquello, para Alicia, parecía imposible.
Tras varios
días, ella se dio una oportunidad. Trataba de contemplar su reflejo, y
comprobar que en realidad era hermosa, aunque le costaba ver su belleza, por lo
infravalorada que se tenía a sí misma. Buscó sus mejores ropas y comenzó a
maquillarse. Se sentía como una más. Y ahora quería dejar atrás, ese patito
feo, para convertirse en aquel bello cisne. Además, empezó a salir y dio
comienzo a una nueva vida entre libertades, junto con sus nuevas amistades.
Luis era
encantador ahora. Y el resto de chicas, le manifestaban la envidia que le
tenían a la muchacha. Ello, dio seguridad a la pobre Alicia, que tan apresada
se hubo hallado con anterioridad. Aunque… había algo que ella desconocía. Algo
que ocurría cuando ella no estaba. ¿Realmente todo había cambiado?
Alicia no
paraba de oír los ecos de su reciente pasado. Cuando en el silencio estaba,
unas voces retumbaban en su cabeza. Unas nefastas voces, proliferantes de
insultos y burlescas carcajadas. Ella, trataba de olvidar todo aquello.
Queriéndose a sí misma recordar, que ya todo había cambiado. Esas ofensas,
quedaron atrás. Y Luis se arrodilló frente a ella. Además, le confesó su amor.
¡Las personas cambian!
Cada vez, se
sentía más confiada. Aun no se encontraba tan hermosa como las demás, pero
tampoco se infravaloraba de tan exagerada manera. Solo necesitaba un poco de
cariño y por fin parecía haberlo encontrado. El sentimiento pudo con todas las
barreras. Al fin y al cabo, ella era consciente de que jamás hizo daño a nadie.
Todos se debían dar cuenta de que ella no merecía tanta crueldad. Y aunque
tarde, sus plegarias se cumplieron. Ahora se sentía mejor. Su corazón, empezaba
a latir de verdad.
Solo habían
pasado unas semanas, de que la vida de Alicia diera aquel inesperado y
sorprendente giro. Y ya por fin, Luis
quiso prepararle su primera fiesta. Asegurándole que habría una gran sorpresa.
La pobre muchacha, se sentía ilusionada. Nerviosa porque llegara aquel momento.
Luis dijo que la recogería aquella tarde sobre las siete. Que se pusiera muy
bella, pues la ocasión lo merecía. La joven, no lo pensó, cogió sus ahorros, y
se fue a comprar ese vestido que tanto le gustaba, cada vez que lo veía en el
escaparate de aquella tienda por la que solía pasar. Y aunque precisamente no
tenían su talla para ese modelo, le mostraron otro, que de igual manera le
encandiló. Pensaba que a Luis le gustaría mucho verla con aquel vestido. Tan
risueña se mostraba, que no percibía nada a su alrededor. Solo podía ocupar sus
sentires en aquel esperado momento.
Se impacientó
sobremanera. Pero ya cada vez quedaba menos. A tan solo unas horas, ya empezó a
arreglarse y a sentirse como la bella princesa a la espera de su elegante
caballero. Con delicadeza, se preocupó hasta en el más mínimo detalle, para
estar radiante, como nunca había estado. Todo por Luis. Aun así, le sobraron
unos minutos, que dedicó para estar junto a la ventana de su habitación, para
divisar su llegada.
Pasaron las
siete… e incluso las ocho. Y nadie venía a por ella. Aunque se resistía
creerlo, se sentía víctima de un engaño. Era irremediable pensar otra cosa. Sus
ojos no pudieron evitarlo y empezaron a desprender frágiles lágrimas, que
arrastraban consigo el maquillaje que tan cuidadosamente puso en su rostro.
Aquellas amargas gotas, rompían al chocar contra la tela de aquella exuberante
vestimenta que portaba. Y verse así, solo la hacía sentir burlada. Por ello,
decidió quitarse aquel maquillaje, ponerse el pijama y caer en su cama. Pero
estando en este proceso, alguien llamó a la puerta. Sus padres abrieron. Eran
dos jóvenes, un chico y una chica, ambos preguntando por Alicia. Ella, bajó en
su llamada. Aquellos chicos, eran amigos suyos. Le pidieron disculpas por
llegar tantas horas tarde, pero es que sufrieron un enorme contratiempo. La
muchacha ya no estaba tan dispuesta a volver a maquillarse y enfundarse
nuevamente aquel vestido. Así que se vistió casual, solicitando a su vez que la
perdonaran por no ir como requería la situación. Ellos, parecieron entenderla.
Alicia, fue
guiada a pie, hasta una vieja casa. La cual, desde que ella tenía conocimiento,
siempre concibió abandonada. Sus amigos, dijeron que Luis la esperaba dentro. Y
algo en su interior le decía que no entrara. Pero al pensar en Luis y dispuesta
a todo por él, se decantó por avanzar. Muy paulatinamente, se adentró en
aquella ruinosa construcción. Hasta que una vez dentro, en la más profunda
oscuridad, la encerraron desde fuera. Ella, aterrada miró a través de una de
las ventanas de aquella vieja casa. Y vio una gran multitud de jóvenes que se
aproximaban de todos lados. Pronto, los alrededores de aquella desolada
vivienda, se llenó ante la multitud de quienes le ocasionaron heridas en el
instituto. Entendió que había sido víctima de una trampa.
El mayor de
todos los dolores que había sentido en su corazón, estaba haciéndole mella. O
al menos eso creía, entre aquellas desgarradoras lágrimas. Todos gritaban entre
burlas su nombre, aunque sin insultos acompañándolo. Ella se tragó su orgullo,
y desde el claro de aquella desgastada ventana, suplicaba que la dejaran salir
y regresar a su casa. Una vez todos la vieron asomada por aquel umbral, se
despejaron para que Alicia pudiera ver algo más. Algo, que sí que realmente
superaría su dolor. Cuando quedó al descubierto, que Luis estaba besando con
furor a otra chica. Se aseguraron que Alicia sufría. Entonces, la dejaron
salir.
Tras aquella
infame humillación, Alicia cambió repentinamente. Su alma se hizo cenizas.
Durante aquellos nefastos minutos, se sintió como en un mar de cristales rotos,
en el que ella se vio obligada a nadar y que le produjeron terribles y
profundas heridas. Heridas, que bien sabía que jamás sanarían.
Con cautela,
llegó a su casa, para que sus padres no advirtieran de su llegada. No quería
que la vieran. No quería que le preguntaran. Tendría tal vez mil respuestas
para darles al amanecer. Pero no podían saber nada de aquello. Tal y como
siempre había hecho Alicia, callaba cuando le hacían daño. Lo hacía por temor.
Sentía un miedo atroz. Era ella sola, contra una multitud. Era una simple
figura de barro, que fácilmente sería derruida por la apisonadora crueldad de
sus compañeros.
Ella solo
quería encajar. Solo buscaba un poco de cariño y que la entendieran. Pero solo
le quedaba, no comprender el motivo de su existencia. Desde aquella noche,
rondaba por su sien, la horrible idea de quitarse la vida. ¿Para qué vivir?
¿Para qué? ¿Para seguir sufriendo? ¿Para seguir llorando? ¿Para seguir
atemorizada y herida toda su vida? Y cada vez que iba a clases, esas preguntas
se agolpaban con más contundencia. Y la respuesta se hallaba en el valor para
dejar de padecer. Como persona, ya se sentía agotada. ¡Era imposible tanto
dolor!
Seguían las
risas. Seguían las burlas. Seguían mancillándola. Cada día, se abría un nuevo
capítulo de su asiduo drama. Así que un día se decidió. Ya no podía más. Ni
tampoco sabía ya que responder a sus padres, cuando le preguntaban qué le
pasaba. Pues ellos percibían la desolación en su hija. Pero si ella nunca decía
nada, se sentían impotentes. Aunque lamentablemente, Alicia quería por fin
responderles de la manera más triste que nadie pudiera imaginar. Cogió varios
medicamentos del botiquín y los vertió en un vaso. Creando un letal brebaje,
con el que pretendía cerrar sus ojos. Para dejar de ver soles tan sombríos cada
mañana. Se encerró en el baño, se miró al espejo y contempló sus enrojecidos y
cansados ojos, hartos de tanto lagrimar. Convencida de que no debía seguir viviendo,
se acercó aquel vaso, dispuesta a ingerir ese improvisado como dañino veneno. Cada
vez más cerca de sus labios… Hasta que finalmente, Alicia se decidió que aquel,
fuese su último suspiro.
Pero algo
estaba en contra de la decisión de Alicia. Su madre estaba controlando el
tiempo que la joven llevaba encerrada en el baño. Llamó a la muchacha. Pero
ésta no respondía. Asustada, la mujer alertó a todos sus vecinos que la
ayudaran a abrir la puerta del baño de su casa. Tenía un muy mal presentimiento
sobre su hija. Entre varias personas, golpearon la puerta con vigor. A la madre
de Alicia, no le importaba que la rompieran. Solo quería ver a su hija y
comprobar que todo iba bien. Una vez destruida la puerta, la vieron. Tumbada
junto a la bañera, con un vaso sujeto en una de sus manos. Enseguida, llamaron
a urgencias sanitarias. Todo el barrio, sucumbió en un terrible y desgarrador
llanto, fruto del dolor de una madre, al creer perdida a su hija. Ella sabía
que le pasaba algo, pero nunca dijo nada. Ahora solo suplicaba por volver a ver
en pie a su Alicia.
Afortunadamente,
el equipo sanitario no tardó en llegar. Tocaron su pulso, éste sonaba débil.
Había esperanzas. Aunque no era aconsejable aferrarse a ellas. Ellos, por su
parte, harían todo lo posible por salvarle la vida. Apresuradamente, subieron a
la desfallecida Alicia a la ambulancia. Y desde allí, haciendo uso de todos los
medios disponibles, trataron de mantenerla con vida y estabilizar su pulso,
mientras llegaban al hospital. Una vez en citado lugar, la atendieron con la
mayor de las urgencias y precisiones. Había que salvarle la vida.
Los padres de
la muchacha, no podían resguardar sus lágrimas y sus corazones no sabían de
calma. Hondos eran los charcos que del llanto se formaban en el resbaladizo
suelo de aquella sala de espera. Solo esperaban y rogaban por que los médicos
salieran pronto y les dijesen que Alicia estaba bien. O al menos que la
volverían a ver despierta. Pero lo único que percibían era el tic tac de aquel
reloj frente a ellos. Hasta que por fin uno de los médicos que estuvieron
atendiendo a Alicia, les llamó, se situó junto a ellos y… Bueno, su semblante
era serio y los padres de la joven ya no querían oír nada. Habían perdido a su
hija, creían. Pero el segundo mayor milagro de sus vidas, tuvo lugar aquella
noche. El primero, fue el nacimiento de Alicia. Y el segundo, su renacer. Pues
habían conseguido estabilizarla, aunque debía permanecer cierto tiempo
ingresada. Eso nada les importaba. Alicia estaba bien y no querían nada más.
Cuando la joven
ya estaba bastante recuperada, sus padres, así como los médicos, le preguntaron
que la llevó a intentar suicidarse. Ella solo respondía, que era aquel lugar,
aquella ciudad. Nunca delató a quienes tanto dolor le causaron reiteradas
veces. Así que, sus padres no quisieron saber más, si era su deseo no hablar. Y
tan agradecidos y felices de haberla recuperado, cumplieron la petición de su
hija y se marcharon a otro lugar para empezar una nueva vida.
Nadie más
volvió a ver a Alicia en esa ciudad. Y todos supieron de su intento de quitarse
la vida. Aunque en vez de sentir conmoción en sus corazones, consideraron todo
aquello como una hazaña. Una cruel hazaña. Y Luis, como el resto, se sentían
más poderosos. Nada le importaba en lo concerniente a Alicia. Salvo el hecho de
que se quedaron sin víctima. Y despiadadamente, durante cada curso, despertaban
las pesadillas de las almas más nobles que se encontraban.
Treinta y dos
años después, todo había cambiado. Aquella pequeña y desconocida ciudad de
gentes agradables, prácticamente se mantenía igual, salvo algunas
modernizaciones. Y que seguía siendo el lugar donde residían aquellos niños y
no tan niños, que correteaban sus calles y ahora ya eran adultos.
Aquel
instituto, con el tiempo, advirtió del padecer de muchos de sus alumnos. Nunca
tuvieron datos concretos. Pero empezaron a controlar que en sus adentros, no se
ocasionara agresión de ningún tipo a ningún joven. Aunque no fue por el caso de
Alicia por el que reaccionaron, sino por otros, que las olas del tiempo
trajeron consigo.
Aun así, la
maldad había evolucionado. Además, con la incursión de las nuevas tecnologías,
los crueles acosadores, tenían nuevas armas para atacar. Y no se conformaban
con una sola víctima. Querían poder. Querían doblegar al máximo número de
personas a sus pies. Y aunque muchos eran los padres y profesores que temían y
sabían del mudo sufrir que algunos muchachos padecían, el silencio seguía
siendo demasiado estruendoso. Apenas un joven denunciaba al cabo del tiempo.
Uno de muchos. El terror se apoderaba de los padres.
Melania, había
visto como algunos compañeros hacían daño a otros. Pero no solo nunca hizo
nada, sino que en alguna que otra ocasión, se hizo cómplice al encontrar tales
desfachateces divertidas. Ella puede que después se arrepintiera, pero no
dejaba de reír en ciertas circunstancias impropias. Todo cambió, cuando ella
fue al servicio a darse unos retoques de maquillaje y oyó un sollozo en uno de
los váteres. La puerta estaba entreabierta, así que la empujó para ver si podía
ayudar. Y vio a una joven, ciertamente robusta, sentada a la vera del retrete,
con la nariz ensangrentada y sus ojos hinchados. Esta pobre muchacha, la cual
era una víctima más, miró a Melania con temor. Pero Melania, le extendió su
mano y le ofreció su ayuda. Se aseguró de que estaban las dos solas en el
servicio, para poder cerrar la puerta con el pestillo. Era consciente de que si
la veían ayudando a esa chica, también le empezarían a hacer daño a ella.
Arrancó una hoja de uno de sus cuadernos, escribió “averiado” y colocó la nota
en el pomo de la puerta. Acto y seguido, se dispuso a limpiar la sangre y curar
a esa pobre chica. Lo hizo deprisa, pues la esperaban. Y al acabar, le dijo que
se volviera a encerrar donde estaba y no sollozase. Que se mantuviera oculta
mientras hubiese gente por los pasillos. Y que tratara de contarle a alguien lo
que le estaban haciendo. Pero aquella triste muchacha, no respondía de ninguna
manera. Tal vez porque estaba asustada o porque no se podía creer que alguien
la estuviera ayudando. A Melania, ver aquello, le hizo replantearse el
considerar divertido cuando insultaban a alguien.
Desde entonces,
Melania sentía el impulso de ayudar cuando veía un caso de maltrato. Pero se
miraba a sí misma. Tenía un gran número de amigas y había empezado a flirtear
con uno de los chicos más guapos del instituto. Gozaba de una suerte que no
podía verse alterada. Sabía que era un pensamiento egoísta. Pero todo lo que
tenía y no quería perder, la frenaba.
En ocasiones,
se encontraba con aquella muchacha a la que ayudó en el servicio. Ambas se
miraban. Y en uno de estos encontronazos, los amigos de Melania, se percataron
de que aquella chica tan robusta los estaba mirando. Lo tomaron como una
provocación y empezaron a atacarla. Le proliferaban todo tipo de denigrantes
insultos. La joven mostraba tanta tristeza y temor en su rostro, que incluso se
podía oler. Empezaron a golpearla en su cabeza, por supuestamente mirarles.
Luego le frotaron la barriga, insinuando que tenía sobrepeso. Todos se reían a
carcajadas alrededor de ella. La cual, estaba inmovilizada por el terror y
cuyos ojos, no paraban de temblar y desprender lágrimas. Y Melania no lo pudo
soportar. La lástima le podía. Le daba igual perderlo todo. Y acudió en su
defensa, para sorpresa de todos. Se colocó de escudo frente a ella y pidió que
la dejaran en paz. Y lo hicieron… Pero para Melania, las cosas serían muy
distintas.
Melania estaba
convencida, de que su heroicidad tendría consecuencias contra ella. Así, que
procuró mantener la calma y pensar en una solución. Por un lado, quería
denunciar, pero sentía miedo de que eso fuese peor. Pero por el otro, … ¡No
sabía que hacer!
Pronto
recibiría los primeros indicios de que su maravillosa juventud iba a verse
alterada. A través de sus cuentas en redes sociales, le mandaban y creaban
ofensivos y jocosos montajes. Y entre las palabras que más empezaban a circular
por sus redes, constaba la de lesbiana. Uniéndola amorosamente con la joven que
protegió. Alegando cruelmente, que Melania era adicta a la carne grasienta,
haciendo alusión al físico de su protegida. Pero Melania poseía gran fortaleza
y nada de eso le molestaba. Incluso podía ignorar el hecho de que le hicieran
degradantes comentarios en el instituto. Y entre sus ofensores se hallasen
quienes una vez, se hicieron llamar amigos. Aún más, haciendo alarde de su
fortaleza, pudo tragarse sus lágrimas, al ver el chico del que casi logra ser
su novia, muy acalorado con otra compañera. Le daba igual lo que estaba
perdiendo. Había ganado mucho más. Un confort en su corazón, la agradable
sensación de que hacía lo correcto y unos verdaderos amigos, que siempre
consideraron la soledad y el dolor como inseparables compañeros. Las víctimas
se aunaron gracias a Melania, con la propuesta de acabar con el infame acoso.
Sus agresores no podrían con todos. ¡Y tenía razón!
Los acosadores
estaban perdiendo poder. Ya no enfundaban tanto miedo. Y se sentían
enfurecidos. No podían con todos… Pero podían acabar con Melania. Venciendo al
líder de este revolucionario grupo de supervivientes, todos volverían a caer.
Así que acecharon a la chica. Buscaron que fuera invulnerable y el momento
oportuno. Y una vez consideraron, entre unos y otros la rodearon y la golpearon
salvajemente, hasta que la pobre e indefensa muchacha, perdió el conocimiento.
La dejaron tirada sin miramientos y todos se dispersaron aprisa.
Un chico la vio
en el suelo en graves condiciones, y trató de ayudarla. Pero no respondía.
Llamó a la ambulancia y a la policía por ser un caso de agresión. Pero ni los
médicos pudieron hacer nada por ella, ni la policía sabía quiénes fueron los
responsables. Un pétalo más, cayó de esta flor. Un pétalo, que no debió volar.
Todas las sospechas, apuntaban a un caso de violencia juvenil. Pero nadie
hablaba.
Los padres de
Melania, también murieron aquel día. Más aún su padre. Que sabía lo que le
había pasado a su hija, por los signos que ella presentaba. Su hija fue víctima
de acoso escolar y nunca dijo nada. Pero lo más triste, es que él fue uno de
estos infames y crueles acosadores. Y recordó a Alicia. Su mente la evocó,
porque él era Luis. Tenía una cuenta pendiente con la vida. Y la vida le cobró
un alto precio, llevándose a su hija. Se dio asco a sí mismo. Él, tiempo atrás,
ocasionó torturas a otros y ahora no podía perdonárselo. Ahora, que él se
sentía una víctima más y sabía al fin de aquel dolor.
Regresó al
instituto. Se veía a sí mismo hiriendo vilmente a tantas personas, como ahora
otros hicieron daño a su hija. Quería acabar con la violencia. No quería hacer
más daño. Solo quería justicia. Entonces, el grupo que Melania creó, se
acercaron a él y no dudaron en delatar uno a uno, a todos los malhechores. Los
profesores llamaron a las autoridades, para que se encargaran de ellos. Dando
así luz, donde tanta oscuridad se había cernido durante años.
Los profesores
aplaudían cada vez que alguien daba queja, incluso de la cosa más
insignificante, fomentando que se denunciara el acoso escolar. Y Luis, dio
comienzo a una labor por erradicar este terrible mal que un día él proliferó.
No pudiendo evitar, tratar de entablar contacto con Alicia, para ofrecerle sus
sinceras disculpas y muestras de arrepentimiento. Alicia, siempre supo que Luis
cambiaría. Pero para ello, tuvo que caerse un pétalo de aquel jardín. Melania,
que luchó hasta el final, aunque no dijo nada. Como nadie lo dice. Pero hizo
que un grupo de nobles almas, resurgieran y se hicieran valientes. Valientes,
para demostrarle al mundo, que nadie podría acabar con ellos… ¡nunca más!
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